Gary Cooper el ultimo gran cowboy

Su gesto de tipo duro y sus andares de vaquero no eran solo la pose calculada de un avezado actor. Gary Cooper fue ‘cowboy’ antes que estrella de Hollywood. Cuando se cumplen 60 años de su película más famosa, ‘Solo ante el peligro’, recordamos al actor propietario de tres Oscar, al amante apasionado, al marido infiel y al amigo del alma de genios como Ernest Hemingway o Pablo Picasso.

Siempre tuvo el rostro curtido de un granjero del oeste americano. “He tenido arrugas en la cara desde que tenía 20 años. El sol y el viento las pusieron ahí”. También exhibía los andares chulescos de un ‘cowboy’, secuela de un accidente de tráfico.

Cuentan, además, que era un muchacho parco en palabras: “Si los demás tienen cosas más interesantes que decir, yo prefiero callarme”. Y que jugaba a indios y vaqueros con su hermano en el rancho familiar.

Y es que Gary Cooper no solo parecía un ‘cowboy’ en la gran pantalla, lo era. Frank James Cooper nació en Helena, Montana, durante una tormenta eléctrica el 7 de mayo de 1901.

Su padre, Charles, había comprado un rancho allí aunque ejercía como abogado y terminaría siendo juez de la Corte Suprema. Su madre, Alice, una inglesa que odiaba Montana, temía que sus hijos se convirtieran en unos paletos. Por eso, en 1910 hizo las maletas y se fue con ellos a Inglaterra.

Cooper odiaba aquel colegio lleno de señoritos, aunque aprendió a apreciar la tradición, el patriotismo y los valores británicos. El estallido de la Primera Guerra Mundial les obligó a volver a casa tres años después.

Entonces, su acento inglés fue motivo de burla entre sus compañeros y Cooper, que nunca había sido un gran estudiante, quedó rezagado en la escuela. El campo se le daba mejor. Cuando volvió a casa después de un periodo en la universidad, se puso al frente del rancho mientras trabajaba como guía en el Parque Nacional de Yellowstone.

No era una tarea fácil. “Levantarse a las cinco de la mañana en mitad del invierno a alimentar a 450 cabezas de ganado o a recoger estiércol a varios grados bajo cero no es nada romántico”.

Él prefería dibujar. Y se le daba bien. Había estudiado Arte en la universidad y consiguió un trabajo como dibujante de tiras satíricas en un diario local. Más tarde, perdió interés por el lienzo. “Pasarse horas dibujando para conseguir que una insignificancia llegara a ser impecable era pedir demasiado a un espíritu inquieto como el mío”.

Nueva vida en California

Quizá por eso, cuando sus padres se trasladaron a Los Ángeles en 1924, él no lo dudó. “Prefiero morirme de hambre donde hace calor, que morirme de hambre y de frío al mismo tiempo”, confesó años más tarde.

A su llegada a Los Ángeles, lo intentó todo: vendió letreros luminosos, telones para teatros, trabajó para un fotógrafo local… Pero su peculiar forma de caminar, su aspecto de tipo duro y sus conocimientos de ‘cowboy’ le sirvieron para empezar a trabajar como especialista en el cine.

En una audición, un director de ‘casting’ le recomendó que se olvidara del anodino Frank y empezara a llamarse Gary, que sonaba más “duro”. Además, ya había dos Frank Cooper en Hollywood.

Y aunque tenía un apetito voraz capaz de engullir “una docena de huevos al día y varias barras de pan”, cuenta su leyenda que debía ponerse cinco camisas para aparentar un cuerpo fornido que no tenía.

Pero daba igual lo flaco que fuera, era tan guapo que no tardaron mucho en descubrirle. Y así fue. En 1926 Cooper se presentó en el rodaje de ‘Flor del desierto’ como extra. La ausencia de uno de los actores le dio la oportunidad que había estado esperando. Antes de darle el papel, le hicieron una sencilla prueba.

Tenía que agacharse y beber agua de un charco. Cooper hincó la rodilla en el suelo y antes de beber, sopló para barrer la capa de polvo de la superficie del agua. Igual que hubiera hecho un auténtico ‘cowboy’.

Así consiguió su primer papel importante. “Los años que trabajé llevando ganado me dieron un conocimiento que ahora me ayuda muchísimo cada vez que ruedo un ‘western'”, reconocería más tarde.

Paramount se fijó en él y Cooper firmó su primer contrato para protagonizar un par de cintas mudas en las que conoció a la actriz Clara Bow. Ella fue su primera amante. También la que le enseñó cómo moverse en Hollywood y la mujer que empezó a escribir su leyenda de hombre apasionado.

El amante de Hollywood.

“La tiene como un caballo y es capaz de aguantar toda la noche”, contó de la habilidad del actor en la cama. Pero la relación se terminó porque Bow no soportaba que la madre del actor manejara su vida.

Por eso y porque la actriz se había enamorado del director Victor Fleming. Como los marineros, Cooper, ya convertido en una estrella, dejaba una novia en cada rodaje. A Lupe Vélez la conquistó en el rodaje de ‘El canto del lobo’; a Marlene Dietrich, en el de ‘Marruecos’.

“No era ni inteligente ni culto”, dijo Dietrich de Cooper despechada por saberse solo una conquista más. Carole Lombard también cayó rendida a sus encantos. Exhausto por su caótica vida amorosa y después de haber rodado 28 películas en solo cinco años, en 1931 el actor viajó a Europa para descansar.

En Roma, conoció a la condesa Dorothy Di Frasso, una aristócrata 13 años mayor que él que le paseó por las fiestas y le enseñó los secretos de la alta sociedad mientras se divertían juntos en la alcoba.

Cuando volvió a Hollywood, la industria le estaba esperando con los brazos abiertos. En 1933, el actor ya ganaba 6.000 dólares a la semana, una fortuna en aquella época, y tenía tantas ofertas que rechazó el papel de Rhett Butler en Lo que el viento se llevó.

Con una considerable falta de olfato, llegó a decir: “Esa película será el mayor fracaso de la historia de Hollywood. Y me alegro de que sea Clark Gable el que vaya a hundirse con ella y no yo”.

Convertido en la mayor estrella de Hollywood, Cooper decidió sentar la cabeza. En 1933, se casó con Veronica Balfe, conocida como ‘Rocky’, una señorita de la alta sociedad neoyorquina que, para combatir el aburrimiento, había tenido una breve carrera como actriz. Cuatro años después nació María, la única hija del actor.

Matrimonio a la deriva

Mientras su carrera seguía floreciendo con títulos como ‘El forastero’, ‘El sargento York’ (que le valió su primer Oscar), su matrimonio empezaba a hacer aguas. Cooper había vuelto a las andadas.

Incapaz de resistirse a sus compañeras de reparto, tuvo un romance con Ingrid Bergman cuando rodaban ‘La exótica’ y solo aceptó protagonizar Por quién doblan las campanas para estar junto a ella. Puede que Rocky mirara hacia otro lado, pero su siguiente ‘affaire’ fue la gota que colmó el vaso.

Conoció a Patricia Neal, 25 años más joven que él, en el rodaje de ‘El manantial’. Esta vez, su mujer le obligó a admitirlo, pero él se negó a elegir. Cuando Neal se quedó embarazada, el actor la convenció para que abortara por miedo al escándalo.

Pero su amor tampoco duró. Y Rocky, cansada de aguantar, se plantó. Vivieron separados tres años, aunque el actor no perdió el tiempo y mientras rodaba ‘Solo ante el peligro’ –por la que ganó su segunda estatuilla– él y Grace Kelly vivieron una aventura fugaz.

En 1954, Rocky le dio una nueva oportunidad y volvieron a ser una familia aunque se rumoreó que, poco después, volvió a pecar con Anita Ekberg. Pese a todo, nunca hablaron de divorcio. Ella era muy devota y el actor, que se convirtió al catolicismo después de tener una audiencia privada con el papa Pio XII, era demasiado conservador.

Republicano convencido y anticomunista confeso –testificó ante el Comité de Actividades Antiamericanas en 1947 para alertar sobre la influencia del comunismo en Hollywood– Cooper se codeó durante los últimos años de su vida con artistas e intelectuales aunque confesaba que “no había leído más de seis libros en toda mi vida”.

Su amistad con Ernest Hemingway duró más de dos décadas después de que Cooper protagonizara la adaptación de dos de sus novelas. Solían ir juntos a cazar y fue Hemingway quien le presentó a Picasso en 1954. Cooper le obsequió con un sombrero Stetson, que él mismo había usado en el rodaje de ‘La exótica’, y un revólver Colt del 54.

Su salud se resiente

Siempre se había cuidado. Le gustaba andar, montar a caballo, jugar al tenis, esquiar y nadar. Y seguía siendo un hombre coqueto. En 1958, el cirujano plástico John Converse –que terminaría casándose con la viuda del actor– le sometió a un ‘lifting’. La prensa se ensañó con Coop diciendo que su rostro ya no era el mismo.

Dos años después, el actor volvió a pasar por el quirófano, pero esta vez la razón era más grave: un virulento cáncer de próstata. En 1961, Cooper estaba tan enfermo que no pudo recoger su Oscar honorífico y su gran amigo, James Stewart, lo hizo en su lugar.

El emotivo discurso de Stewart hizo saltar las alarmas. Al día siguiente, todos los periódicos daban la noticia a cinco columnas: “Gary Cooper tiene cáncer”. Todas las autoridades de la época, desde el papa Juan XXIII hasta la reina Isabel, le llamaron.

Cuentan que Kennedy intentó hablar con él, pero el número de Cooper estuvo ocupado dos días. Lo consiguió al tercero. Gary Cooper murió seis días antes de cumplir 60 años. Su última voluntad había sido “viajar a París, ir a cazar faisanes con Hemingway y decir adiós a mis amigos”.

Había muerto el actor que jamás hubiera dado el pego interpretando a un villano. Porque Gary Cooper siempre fue el héroe. El último héroe americano.

Fuente: hoymujer.com





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