“El almacenamiento subterráneo de CO2 a gran escala sería una estrategia extremadamente cara y arriesgada para conseguir reducciones significativas de gases de efecto invernadero”. Con esta contundencia se manifiestan Mark D. Zobacka y Steven M. Gorelick, geofísicos de la Universidad de Stanford y autores de un trabajo publicado este lunes en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y en el que advierten que esta estrategia puede desatar terremotos en el interior continental.

La idea de almacenar grandes cantidades de CO2 en formaciones geológicas profundas o bajo el mar es relativamente reciente y a pesar de que se ha propuesto por el propio Panel Intergubernamental del Cambio Climático aún no se han estudiado concienzudamente sus riesgos. En opinión de estos especialistas, la inyección a gran escala de CO2 bajo tierra puede provocar terremotos de magnitud imprevisible en zonas del interior continental, porque el aumento de la presión puede despertar fallas “dormidas”.

Este efecto, argumentan, ha sido previamente documentado en distintos lugares de EEUU cuando se cambia la presión de pozos y acuíferos. En 1960, en Denver (Colorado), una inyección de agua en un pozo a 3 kilómetros de profundidad desató varios terremotos en la zona. Los autores documentan otra serie de casos donde la manipulación de fluidos bajo el terreno cambia las condiciones y ha desatado movimientos sísmicos. Y aunque estos efectos se han notado a pequeña escala, advierten, “la situación sería mucho más problemática si terremotos de una talla similar fueran desatados en formaciones creadas para secuestrar el CO2 durante cientos de miles de años”.

Aunque enfatizan que las técnicas de almacenamiento pueden ser útiles en condiciones concretas, los geofísicos advierten de que para contribuir significativamente a disminuir el efecto invernadero harían falta unas 3.500 instalaciones similares a ésta a escala global.

Al ritmo de producción de dióxido de carbono actual, argumentan, sería necesario almacenar unos 3.500 millones de toneladas de CO2 al año, un volumen similar al de barriles de petróleo que se producen cada año en el mundo. “Claramente esto es una tarea extraordinariamente difícil, si no imposible, si solo se usan formaciones altamente porosas, permeables y débilmente cementadas, además, los lugares de almacenamiento deben ser cuidadosamente escogidos y los riesgos de posibles movimientos sísmicos deberían ser tenidos en cuenta”, añaden.

Fuente – lainformacion





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