Los inventos nos cambian. Lo hizo el teléfono, lo consiguió la radio y más tarde la televisión, y ahora lo logran (y de qué manera) las redes sociales. No cuesta creer que un usuario asiduo a Facebook, Twitter, Google+, Tuenti y compañía haya modificado premisas básicas de su día a día a través de sus constantes conexiones a las redes sociales. Es lo que poniéndonos los ropajes de doctor podríamos llamar los “efectos secundarios de las redes sociales”.

Que somos seres dispersos y perdemos concentración con frecuencia es básico en la raza humana. Nos distraemos con una simple mosca. Bien es cierto que el nivel de distracción en el trabajo depende, en cierto modo, del punto del planeta donde nos encontremos y de los divertimentos que nos rodean, pero las redes sociales tienen la característica de convertirse en el entretenimiento global.

Un dispositivo con Internet basta para entrar en Facebook. La cantidad de veces que una misma persona puede entrar en Facebook mientras trabaja en una jornada, es un dato que según la red social es alto en sus usuarios más activos, pero la experiencia personal me dice que son varias. ¿Se reduce la productividad con el uso de las redes sociales? La respuesta obvia es que sí, aunque no soy partidario de vetar el acceso a estas plataformas en el trabajo porque son la clave del networking profesional. Mejor educar al empleado en el uso adecuado y consciente que prohibir.

Cambiamos nuestras habilidades sociales, nuestros rituales. Las llamadas de móvil dejan paso a los mensajes privados en las redes sociales y la voz sonora se elimina a favor de los mensajes de texto en aplicaciones como Whatsapp. Se escribe más que habla para concertar quedadas, comidas y citas. Las palabras del presente son textos en pantalla y nuestra vida social se regula por peticiones de amistad, mensajes en muros y comentarios en fotografías, alimentando nuestras identidades digitales profesionales.

Y como colofón a todo esto, perdemos más fácilmente la paciencia. Internet nos estás acostumbrando (mal según algunos) a la inmediatez, a tenerlo todo aquí y ahora. Una disco de música se puede escuchar en cuestión de segundos por streaming en Spotify. También podemos ver su videoclip correspondiente en Youtube. Antes necesitábamos acudir a la tienda a comprar el CD o poner un canal temático en la televisión para conseguir este mismo propósito que ahora resumimos a dos clics.
Dependencia de conexión

No saber esperar puede terminar convirtiéndose en un problema cuando nuestra dependencia tecnológica es extrema, pues puede derivar en una nefasta ansiedad inducida. Más tranquilidad, filosofía y sobre todo saber diferenciar el trabajo y el ocio. Que los móviles y el correo electrónico no agobien en vacaciones es la mejor terapia de choque para desconectar al menos una vez al año.

No obstante, huelga decir que las redes sociales también han contribuido a ayudar a los seres humanos en algunas facetas. Los más olvidadizos ahora tienen a su disposición una constante agenda online con avisos sobre eventos, noticias sociales y cumpleaños. Ahora ninguna felicitación cae en el olvido.

Somos seres cambiantes, más olvidadizos, dispersos y hasta menos pacientes, pero todavía con mucho camino por delante y una tecnología que usada con estilo, nos permitirá seguir creciendo como hasta ahora.

Fuente: eleconomista.es





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