En tiempos de crisis las mujeres mas importantes del panorama mundial tratan de verse sencillas y humildes

Dio a luz hace más de seis meses, pero Carla Bruni, la primera dama de Francia (a punto de dejar de serlo, según todos los sondeos), ha preferido conservar sus generosas medidas. En tiempos de crisis, ¿la clave del ‘chic’ es parecer una mujer como todas? ¿O quizá se fijó en Merkel y Clinton y pensó que, cuando las encuestan fallan, la credibilidad es mayor a partir de la talla 44?

Sus ponchos de lana y sus chándales no han pasado desapercibidos durante estos meses. ¿Ha dicho Carla Bruni adiós a Dior y a Julie Impériali, la ‘coach’ parisina de los vip? Desde el nacimiento de su primer hijo, Carla la visitaba dos o tres veces por semana y aficionó al propio Sarkozy a su mezcla de reeducación postural y dieta proteica. Por eso, es difícil creer que la llamativa apariencia de Carla no haya respondido a una calculada estrategia para congraciarse con un electorado esquivo al sarkozysmo, como afirmaba el periódico Daily Mail: “Los asesores presidenciales le cambian el estilo a Carla Bruni, que se ha vuelto adicta al desaliño de mujer de su casa”. “Cada vez más Sarkozy y menos Bruni”, ironizaba Libération. O lo que es lo mismo: menos ‘glamour’ y más ‘crisis’.

Nueva imagen

“Cada intervención de Carla se ha diseñado para transmitir el mismo mensaje: que los Sarkozy son gente sencilla”, explicaba a The Times un alto ejecutivo en Relaciones Públicas francés. “Hago malabares entre el bebé y mi trabajo en mi Fundación”, se defendía Carla a finales de marzo en la revista Elle. ¿La primera dama sin tiempo para peinarse y haciendo diez cosas a la vez, igual que cualquier mujer trabajadora?

Una vez más, Carla parece haber dado en el clavo: la crisis, requiere un nuevo porte, menos sofisticación y los cuidados estéticos imprescindibles. La credibilidad del poder, sobre todo en el caso de las mujeres que lo ostentan (o lo comparten por matrimonio), se aviene mal con la perfección de un cuerpo de pasarela. En un mundo devorado por la obsesión de las apariencias ¿son sin proponérselo Angela Merkel, Hillary Clinton o Dilma Roussef, profesionales maduras con cuerpos normales, un nuevo modelo estético a seguir si queremos que nos tomen en serio en la vida pública? La respuesta debería ser sí, por sus méritos y talento. Y no, una vez más, por el estéril debate sobre su apariencia, en una renacida versión de lo que franceses e ingleses llaman despectivamente “bas bleus” o “blue stockings”, (o “marisabidillas” a secas) para referirse a las féminas inteligentes pero feas, idóneas para ejercer responsabilidades.

Angela Merkel, podría ser el perfecto prototipo: con la cara lavada y ropa amplia en la que nadie se fija (¿ideal para seducir votantes?). Al contrario de Bruni, sus asesores tuvieron que decirle que se pintara para las entrevistas, se pusiera alguna chaqueta de color y se peinara con algo más que un golpe de cepillo.

La psicóloga estadounidense Vivien Diller, antigua modelo y bailarina, y autora del bestseller ‘Face It: What Women Really Feel as Their Looks Change’ (“Admítelo. Cómo se sienten de verdad las mujeres cuando su apariencia cambia”), lo llama “la paradoja de la belleza”: si están guapas tras hacerse un tratamiento, se critica a las mujeres; y si están feas o envejecidas, se las critica también, por no cuidarse. “Por un lado, desacreditamos a los que se someten a tratamientos estéticos y hemos empezado a aplaudir a aquellos que se atreven a ir “al natural”. Pero, por otro, esa misma cultura nos envía el mensaje contrario: ser auténtico es arriesgarse a perder el trabajo, a tu pareja e, incluso, a ser directamente ¡invisible!”. ¿Paradoja o hipocresía?

Hillary Clinton tuvo que hacer frente a las críticas sobre su pelo sin arreglar, que algunos llaman con humor “la maldición de la diadema”. Durante la campaña para la candidatura del Partido Demócrata a las presidenciales, el senador Rush Limbaugh se preguntó abiertamente: “¿Quieren los americanos ver cómo envejece una mujer día a día delante de sus ojos?”.

“Hemos llegado al límite en la falsificación y la irrealidad de la apariencia, a un momento verdaderamente barroco”, explica Domingo Delgado, experto en imagen y coach. “La gente ha buscado no solo mejorar, lo cual es legítimo, sino ser un prototipo, y eso ha llevado al extremo determinados atributos físicos. Lo que implica una forma de perderse a uno mismo, de invisibilizar la propia personalidad”.

Algo parece estar cambiando, sin embargo. En marzo, Vogue UK llevó a su portada a la cantante Adèle, a la que Karl Lagerfeld tildó sin ambages de “demasiado gorda”. Ella dijo: “Represento a la mayoría de las mujeres y estoy muy orgullosa de ello”. “Sin embargo –puntualiza Domingo Delgado–, esa naturalidad tiene límites, por la manera en que nos han educado para manejar el concepto que tenemos de nosotros. Ese es un conflicto que debemos resolver y tendrá que ver con la coherencia y seguridad que transmitan las figuras públicas”.

Es Hillary Clinton, quizá la que mejor sabe zanjar el debate, haciendo lo que todas deberíamos saber hacer: ponerse el mundo por montera. Sus recientes imágenes en Colombia, bailando y bebiendo cerveza, durante la Cumbre de las Américas, han mostrado a una Hillary cada vez más relajada y segura de sí misma, decidida a soportar estrictamente el peso que le corresponde: el del poder; y no el de las neurosis de una sociedad que siempre culpabiliza a las mujeres por su aspecto, hagan lo que hagan.

Mujeres reales

  • Hilary Clinton, el poder de la edad dorada: Nunca mostró interés por la ropa cara ni por los accesorios exóticos, ni siquiera en sus tiempos de primera dama. Adelgazó cuando inició su carrera política, cambió su peinado dándole un estilo más convencional y se abonó a las chaquetas sin cuello. A sus 63 años, ha alcanzado una seguridad y naturalidad que delatan a una mujer con gran sentido del humor.
  • Angela Merkel, la austeridad luterana: Si algo caracteriza a la canciller es la total despreocupación por el vestido y el peinado. Sobria hasta el ascetismo, jamás ha llamado la atención (a excepción de aquella vez en la ópera…). Ni siquiera posa con su marido, Joachim Sauer, un reputado químico con el que se casó en segundas nupcias en 1977.
  • Michelle Obaman, lección de normalidad. La primera en detectar que los tiempos requerían naturalidad fue Michelle, y el resultado ha sido un éxito, para ella y, sobre todo, para la industria: cada aparición suya genera 11 millones de euros de incremento de ventas para la marca o el diseñador elegidos. ¿Por qué? Porque la gente se lanza a copiarla. Todo lo que ella se pone, se agota en pocas horas. Que el modelo sea de Gap o H&M, y cueste 100 €, ayuda.
  • Dilma Roussef, elegante sobriedad. Tiene fama de dura, pero ha sabido suavizar su imagen con un estilo sencillo y elegante: trajes-pantalón de colores, broches en la solapa y un corte que realza sus facciones y su tez. Y nunca ha ocultado que pasó por el quirófano para mejorar arrugas y ojeras. El resultado es, sin embargo, muy natural. Quizá es el ejemplo de cómo cuidarse sin convertirse en “mujer de plástico”.





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