No recuerdo un solo día en que alguien no me pregunte si podemos crear un Silicon Valley en España. Muchos lo dicen, pocos lo promueven y casi nadie dispone de los medios y el tiempo suficiente para llevarlo adelante.Pero en su tierra natal, en Estados Unidos, parece que alguien ha decidido pasar de las palabras a los hechos. La ciudad elegida ha sido Nueva York y su promotor, Michael Bloomberg, alcalde de dicha urbe.

Ahora que hemos decidido convertir Madrid en una capital mundial del turismo con la eliminación del horario fijo de las tiendas y centros comerciales de la misma manera que hicieran Tokyo o la misma Nueva York, resulta que no, que los tiros van ahora por convertir las ciudades en Capitales Mundiales de la Innovación Tecnológica.

Desde sus orígenes, Nueva York entendió que la liga del futuro se jugaba mejor si los bancos estaban cerca de ella, que el músculo financiero era poder. Y es normal que, después de muchos años, aproveche esa fuerza para acercar a una costa tan fría como inhóspita a lo más granado de la alta tecnología y quiera tener cerca de su Central Park las compañías que serán el futuro del desarrollo empresarial de esa nación.

El éxito de una ciudad o de una región se mide por lo que consigue, por los millones de dólares o de euros de fondos de capital riesgo que se han invertido en la zona, por el incremento en el número de patentes registradas, los eventos de tecnología y biotecnología que acoge cada mes y, como no, por el número de grandes compañías que en el último año se han acercado a sus centros de investigación.

En España aún tenemos un largo camino por recorrer antes de poder jugar en la misma liga que nuestros vecinos de Silicon Valley, pero es cierto que alguien debería dar ese primer paso, un paso basado en el conocimiento y el talento para no volver a caer presos de errores pasados como las célebres .com. Hay que favorecer el crecimiento de incubadoras de alta tecnología, convertir a nuestros banqueros en empresarios tecnológicos y transformar miles de oficinas desiertas en laboratorios para alentar a los investigadores de biociencias a convertir su trabajo en nuevas empresas.

No es una cuestión de replicar, hay que evolucionar. Debemos hacer entender a los gobiernos cómo mejorar nuestras economías de alta tecnología, aprovechar las ventajas de cada región, de cada universidad, de cada investigador, para que, con la ayuda de todos, y suponiendo  que haya suficiente espacio para aplacar los egos de tantos gobiernos autónomos y regionales, consigamos encontrar una solución que nos ayude a trabajar un poco más y mejor.

Esperemos que en esta tierra entendamos que copiar siempre es lícito siempre y cuando el resultado sea mejor que el original. (eleconomista)





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