Tony Leblanc celebra sus 90 años con el cariño de los actores y el público

Acompañado de Santiago Segura, Tony Leblanc recogía hace unos días la Gran Cruz de la Orden del 2 mayo. Era el enésimo reconocimiento a un actor sin el cual difícilmente podría entenderse el cine español de mediados del siglo XX y, sobre todo, a una figura que ha sabido conquistar el cariño tanto de quienes le han acompañado a lo largo de su fructífera trayectoria personal y profesional como de los que le convirtieron en un miembro más de su familia a base de contemplar una y otra vez sus correrías por esa España cargada de personajes picarescos a la par que entrañables que retrataran directores como Pedro Lazaga o Mariano Ozores.

Leblanc acudía a la cita con la misma ilusionada mirada que ha presidido toda su carrera y que ha resistido los golpes que le tenía reservados el destino. Como buen aficionado al deporte, siempre ha sido consciente de que la victoria, las más de las veces, no se obtiene por KO sino a los puntos. De ahí el espíritu tenaz de este hombre que hoy cumple 90 años bendecido por el amor de su familia pero también por la incondicional admiración de sus compañeros de profesión, especialmente la de sus otras chicas, figuras como Carmen Sevilla, Lina Morgan o Concha Velasco, junto a las que protagonizó algunos de sus títulos más memorables.

Tony Leblanc estaba destinado al mundo artístico desde su nacimiento, ocurrido en pleno Museo del Prado, pinacoteca en la que su padre ejercía de portero y que vio su alumbramiento el 7 de mayo de 1922. Fue el teatro el que consiguió atraparle primero, debutando en una obra de los hermanos Álvarez Quintero con apenas siete años.

Pero las inquietudes de Tony Leblanc iban más allá. Lo intentó con el boxeo, y no le fue mal, logrando alzarse con el título de campeón amateur de Castilla de los pesos ligeros. También le tiraba el fútbol y llegó a jugar de portero con el Chamberí en Tercera División. Claro que los combates casaban mal con el balompié. Se quedó con el balón y colgó los guantes, aunque con el paso del tiempo volvería a poner en ellos su mirada como promotor de veladas pugilísticas y mánager de ese ‘Tigre de Chamberí’ al que daba vida José Luis Ozores en una película dirigida por Pedro L. Ramírez en 1957.

Ironía y cinismo

Celia Gámez le dio su primera oportunidad en la revista y poco después llegaba la llamada del séptimo arte. A mediados de los cuarenta hacía sus primeras incursiones en el cine con títulos como ‘Eugenia de Montijo’ (José López Rubio, 1944) o ‘Los últimos de Filipinas’ (Antonio Román, 1945). Pero fue en los cincuenta y sesenta cuando se consagró. Sus castizos personajes, revestidos de ironía y cinismo, conquistaron al público. ‘Las muchachas de azul’ (Pedro Lazaga, 1957) o ‘Historias de Madrid’ (Ramón Comas, 1958) son buena prueba de ese hermanamiento que se produjo. También ‘Las chicas de la Cruz Roja’ (Rafael J. Salvia, 1958), la primera de las muchas películas en las que se le vería junto a su ‘pareja de baile’ favorita, Concha Velasco. Seguirían ‘El día de los enamorados’ (Fernando Palacios, 1959), ‘Los tramposos’ (Pedro Lazaga, 1959) o ‘Mi noche de bodas’ (Tulio Demicheli, 1961), entre otras.

Acompañaría a otros grandes del cine español de la época como José Luis López Vázquez, Alfredo Landa y Lina Morgan en ‘Los subdesarrollados’ (Fernando Merino, 1968), y a Antonio Ozores y Florinda Chico en ‘Tres suecas para tres Rodríguez’ (Pedro Lazaga, 1975). Esta sería su última película como protagonista.

Ocho años después, un grave accidente de tráfico le apartaba de la interpretación. Quedó postrado en una silla de ruedas y su vuelta parecía imposible. Hasta que Santiago Segura se empeñó en rescatarle dándole un papel en ‘Torrente, el brazo tonto de la ley’. Habían pasado 15 años desde que fuera embestido por un coche y Tony Leblanc volvía por todo lo alto, consiguiendo un Goya al mejor actor de reparto que a partir de ese momento haría compañía al galardón honorífico con el que la Academia había recompensado el conjunto de su trayectoria en 1993. Había recuperado la ilusión y ya nunca más se le desvanecería la sonrisa, la misma que hoy tendrá cuando sople las velas por su 90 cumpleaños este hombre que lleva casi otros tantos haciendo sonreír al público.

Fuente: eldiariomontanes.es





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