Una nota interesante con Serge Cajfinger, creador de Paule Ka

Serge Cajfinger desborda vitalidad, imaginación e ingenio. El creador de Paule Ka, considerada la quintaesencia del chic parisino, sobrio y geométrico, intelectual, y con un punto transgresor, es el alma de su marca: culto, divertido y algo mitómano, apasionado por el diseño y la arquitectura. Conversamos con él en la nueva tienda que acaba de inaugurar en Madrid, decorada en un refinado estilo vintage, mezcla de negros, dorados y colores cítricos, fiel reflejo del espíritu de del creador.

No es difícil imaginar, viendo a este hombre inquieto y hablador, al adolescente de 14 años, recién llegado a París tras pasar su infancia en Brasil, que acompañaba a su madre a la boutique de Yves Saint Laurent y le ayudaba a escoger sus vestidos. Aquella tienda y aquellos vestidos fueron una revelación para el joven Serge. Y decidió que quería hacer vestidos bellos y hacer a las mujeres bellas. “A esa edad no pensaba que fuera posible”, cuenta hoy, sentado en un hermoso sofá berenjena años 50, en su tienda de Madrid. Pero aquel adolescente extraordinario al que llenaba de felicidad el olor de las prendas y el cuero de los accesorios, había encontrado el primer peldaño para hacer realidad su sueño: su presencia se convirtió en imprescindible en el templo YSL, aconsejaba a las clientas, y empezó a elaborar los escaparates de sus boutiques.

El sueño adolescente se materializó cuando su madre y su abuela decidieron abrir una tienda multimarca en Lille, en 1970, a la que Serge quiso llamar Paule, como su abuela, y añadirle el Ka de su apellido. “Me encargué de diseñar todo el concepto de la tienda y traje las marcas más interesantes de la época: Kenzo, Alaïa, Montana, Mugler, todos los creadores de finales de los 70 y principios de los 80. Fue una escuela de moda maravillosa para mí”. Y llegó el momento de diseñar sus propias creaciones. Tenía 30 años y se sentía inseguro. Empezó, paso a paso, en su apartamento de París, con una pequeña colección. El equipo eran él y otra persona. Así nació la marca emblemática de los 80 que ha vestido a todas las elegantes francesas de los últimos 30 años: desde Ségolène Royal, exmujer de Hollande, hasta Cecilia Attias, exmujer de Sarkozy. Hoy, Paule Ka tiene 150 trabajadores y ha abierto tiendas por todo el mundo.

Mujer Hoy. ¿Cómo recuerda ese comienzo y al adolescente soñador?
Serge Cajfinger. Paule Ka la he soñado desde niño. Y siempre ha estado presente esa mujer idealizada, la referencia cinematográfica. Me marcó mucho Audrey Hepburn y la seducción de Brigitte Bardot, que tenía un cuerpo maravilloso. Y Jackie Kennedy; tenía un rigor y una elegancia incomparables, aunque no era especialmente bella. Recuerdo el día del entierro de JFK, cuando la vi toda de negro, con una dignidad tan impresionante… Yo no la conocía y mi madre me explicó que era una mujer muy elegante, que compraba los vestidos en 10 colores y los zapatos en 100 colores, me fascinó. Me parecía extraordinario que una mujer pudiera tener esa clase y esa “allure”. Fue el principio de mi fascinación por las mujeres elegantes. Vivía en Brasil en esa época de mi infancia y soñaba siempre con ellas.

¿Cómo es el estilo Paule Ka?
Creo que es esa mujer “parisina”, la manera en que la gente se la imagina y que es un sueño común a americanos, españoles o japoneses. Es una mujer idealizada, pero que puede existir en la realidad. Trabajar tan cerca de mis clientas me permitió conocer lo que les gusta y lo que no. El problema de algunos diseñadores es que no conocen a sus clientas, las mujeres. Yo sí las conozco: sé lo que les gusta a ellas y lo que me gusta a mí, e intento conciliarlo todo. Siempre les digo a mis equipos: nuestro sueño debe alcanzar la realidad de la mujer, que no es siempre lo que soñamos, porque en la vida real trabajan, tienen hijos, van deprisa, les falta tiempo. También he aprendido que les encantan las novedades, están más abiertas a la fantasía que los hombres. Al mismo tiempo, Paule Ka tiene ese lado riguroso, está pensada para una mujer que se conoce. No es para las que les gusta ir a la moda sin más. Desde el principio hubo muchísimas mujeres españolas en las tiendas de París. La española es muy femenina, muy consciente de lo que es como mujer, no es una vulgar seguidora de la moda, sabe cuáles son sus atributos de mujer, lo que debe hacer y lo que no, dónde debe ir y dónde no.

¿Por qué tuvo siempre tanta importancia en sus colecciones la “petite robe noire” (vestidito negro)?
Al principio este tipo de vestido era Audrey Hepburn. Siempre me ha gustado hacerlo, es la base. Una mujer debe tener siempre uno, por eso está en todas las colecciones, aunque, en estos últimos años, he jugado más con los colores y las formas. Me divierte más hacer otras cosas ahora mismo, me apetece más fantasía. Las mujeres ahora quieren colores, más que nunca, porque el mundo es negro y siniestro, y muy duro. Utilizamos colores con los que antes no nos atrevíamos, los verdes, los rojos, el amarillo “chartreuse”. Se nota incluso en el interior de las casas: la gente necesita color para cambiar una realidad muy oscura. La “petite robe noire” es intemporal, siempre está presente, y siempre lo estará. Pero creo que hoy en día es una prenda menos atractiva, pertenece al pasado.

¿La mujer necesita despreocupación?
Yo diría alegría, ligereza. El color da esperanza y hace soñar. Todo el mundo busca inconscientemente luminosidad.

¿Qué es la elegancia?
Creo que es no ir demasiado arreglada, demasiado vestida, con demasiadas joyas o accesorios. Pero esta época es contraria a eso, me da miedo y me entristece ver cómo hombres y mujeres parecen árboles de Navidad. Ellas siempre demasiado maquilladas, demasiado peinadas. Y la elegancia es tener pocas cosas, pero interesantes. Un vestido, un par de zapatos inusual, un poco de fantasía, pero no demasiada. La simplicidad, la sobriedad es elegancia, y quizá un poco, pero solo un poco, de impertinencia al mismo tiempo: un zapato un poco extraño con un vestido muy sencillo, un bolso increíble, una pulsera, unos pendientes. Pero la base debe ser siempre simplicidad y sencillez.

¿El chic es lo mismo que la elegancia?
La elegancia es más fácil, es ser sobrio, es más formal. Lo chic es interesante, es quizá más impertinente, más personal. Es mezclar cosas, es algo más inesperado. Creo que las mujeres francesas son muy buenas en ese aspecto, tienen ese cierto chic, aunque vayan mal peinadas, pero tienen algo. Las americanas también.

¿Qué mujeres son la encarnación de la elegancia hoy?
Es difícil decirlo. Quizá es un poco pretencioso, pero me cuesta encontrar una mujer que hoy en día me haga soñar, que sea inspiradora. Me gusta mucho Natalie Portman, con ese tipo de belleza que tiene un lado clásico. Me encanta Giselle Bundchen, creo que tiene el cuerpo más bello del mundo, y cuando camina es fascinante, al mismo tiempo muy normal, pero totalmente única, y está magnífica con un vaquero y una camiseta. Adoro el vaquero y combinarlo con una camisa masculina, es el “summum” de lo sexy, y no debería decirlo mucho, porque yo hago justamente lo contrario [Risas]. En España, adoro a Paz Vega y a Elena Anaya. Y Carey Mulligan, que es como una actriz de los 50.

¿Cómo ha influido la arquitectura en su moda?
Mucho. Por ejemplo, Oscar Niemeyer, que siempre ha trabajado alrededor de la mujer, de la curva, siempre hay feminidad en sus creaciones. De hecho, en mi casa hay más libros de arquitectura que de moda. Me encanta, por ejemplo, el diseño de los años 50 y 60. Tiene que ver siempre con ese sueño de una mujer exquisita, el apogeo de la elegancia. Siempre he tenido esa nostalgia de las líneas puras. Compro muchos muebles vintage que pongo en mis tiendas. Hay una clara interacción entre la arquitectura, el diseño y la moda: es el arte de vivir. Es poner en escena un sueño, y me encanta hacerlo.

Paula Ka tiene también sentido del humor, una cierta distancia…
Sí, por supuesto. Es algo sutil, pero es crucial no tomarse en serio. En este oficio es importante un toque de humor, al tiempo que, por supuesto, se hace muy seriamente, con cortes perfectos, bellos tejidos, bien montados. Hay líneas rectas, pero no es algo envarado, tiene que ser alegre, travieso, con ese pequeño “twist” que no lo convierta en algo aburrido, demasiado clásico. Tengo ese espíritu, me encanta reír, y por eso mis diseños tienen esa pizca de humor.

Usted diseñó una colección-cápsula para La Redoute, ¿es esta la evolución de las grandes marcas?
Para las consumidoras es genial, porque tienen acceso a marcas y diseños que de otra forma estarían fuera de su alcance. Para las casas también es interesante, porque les da prestigio, quizá es menos bueno para la marca, porque sus clientas habituales pueden verse defraudadas. Por eso, la colección que diseñé para La Redoute fue algo totalmente diferente a lo que hago habitualmente: vaquero, camisetas, zapatillas. Acepté hacerlo si no competía con la marca original, lo contrario creo que es casi una falta de respeto para las clientas, que pagan un precio alto, y luego encuentran lo mismo en la calle en niñas que han pagado la décima parte. Eso no se puede hacer. Pero dar estilo a algo hecho para los jóvenes, sí, eso es muy interesante.

Fuente: eldiariomontanes.es





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