La interesante historia entre Jackie Kennedy y su guardaespaldas

Ella le llamaba Mr. Hill; él a ella Mrs. Kennedy. Ella era la primera dama de EE.UU. y él, su fiel guardaespaldas. Les unía una amistad improbable y el momento más trágico de la vida de ambos: el asesinato de JFK. Ahora, Clint Hill, el exagente del Servicio Secreto que estuvo al servicio de Jackie Kennedy cuenta los detalles de su intensa relación en una biografía.

Ni si quiera se conocían y ya habían empezado con mal pie. A ella le preocupaba renunciar a su intimidad; él hubiese preferido proteger al presidente de EE.UU. en vez de a la primera dama. Cuando a Clint Hill, que había formado parte del servicio de seguridad del presidente Eisenhower, le comunicaron que sería el guardaespaldas personal de Jacqueline Kennedy encajó la noticia como un agravio.

Se imaginaba una vida tediosa entre aburridas tardes de té con señoras estiradas de la alta sociedad e interminables desfiles de moda. Entonces, Hill no sospechaba que su nuevo trabajo le traería muchas más emociones de lo que jamás hubiera deseado.

Así comenzó todo

El 9 de noviembre de 1960 –solo un día después de que John F. Kennedy ganara a Richard Nixon en las elecciones presidenciales– Hill se puso al servicio de la futura primera dama. Nada más conocerle, su protegida le dio una sola consigna. “Quiero ser feliz y sentirme segura”.

Jackie, que ya había sido madre de una niña llamada Caroline, estaba embarazada y, apenas 15 días después de la elección, dio a luz a John. “Solo hacía dos semanas que la conocía y estaba recorriendo nervioso el pasillo del hospital como si fuera el futuro padre”, explica Hill en su biografía, Mrs. Kennedy and me, que acaba de publicarse en Estados Unidos.

Pero el recelo de ambos pronto se transformó en confianza mutua. Antes de trasladarse a la Casa Blanca, los Kennedy celebraron la Navidad de 1960 en una mansión de Palm
Beach, Florida. Sentada al borde de la piscina mientras su hija Caroline jugaba a su lado, Jackie llamó a su guardaespaldas.

“Necesito hablar con usted”, le dijo detrás de unas gafas oscuras y luciendo un revelador biquini. Él, en su traje de trabajo y con su pistola ajustada a la cintura, se sentó a su lado algo incómodo. “Estoy preocupa, señor Hill… Me preocupa perder mi privacidad. ¿Vamos a tener agentes de servicio secreto alrededor siempre? ¿Será así también en la Casa Blanca?”, le preguntó señalando a los miembros de seguridad que estaban repartidos por todo el jardín.

Él la tranquilizó explicándole que en la residencia presidencial había un ala de uso exclusivo para la familia. “Me preocupa que Caroline y John crezcan en un ambiente tan restrictivo. Quiero que tengan una infancia lo más normal posible”, le confesó ella. Hill también tuvo que explicarle por qué las cartas le llegaban con tanto retraso.

Tenían que ser inspeccionadas una a una por motivos de seguridad. Hill le propuso una solución para que las misivas de sus amigos y familiares llegaran antes. “¿Por qué no les pide a sus amigos que remitan las cartas a mi nombre?”, le sugirió él. “¡Será tan clandestino! ¡A mis amigos les va a encantar el secretismo!”, contestó encantada.

Después de aquella conversación al borde de la piscina, él se había ganado su confianza. Y ella, el respeto de su guardaespaldas, que entendió que lo más importante para la primera dama era proteger a su familia.

Poco a poco, surgió entre ellos una amistad inesperada para una señorita de la alta sociedad como ella y un huérfano que pasó sus primeros años de vida en un orfanato de
Minnesota. En uno de sus primeros desplazamientos juntos, Hill, se encendió un cigarro. De repente, Jackie le pidió al chófer que detuviera el coche.

Convencido de que la primera dama quería regañarle por fumar dentro del vehículo, Hill se quedó boquiabierto cuando ella le pidió que se sentara en la parte de atrás y le encendiera uno.

Aquella fue la primera de muchas charlas entre ellos. Pero el guardaespaldas, discreto incluso 50 años después, no da detalles de aquellas confidencias en las que el tono siempre era formal, pues ella le llamaba Mr. Hill y él a ella Mrs. Kennedy.

Uno más de la familia

El guardaespaldas se había convertido, sin quererlo, en uno más de la familia y compartía con los Kennedy momentos tan cotidianos e íntimos como el primer muñeco de nieve de Caroline o el cumpleaños del pequeño John-John. Hill tenía que estar a su lado en todo momento.

Por eso, si Jackie montaba a caballo, él, que nunca se había subido a uno, tenía que hacerlo a su lado. Si quería jugar al tenis y no tenía con quién, el agente empuñaba la raqueta aunque fuera vistiendo traje y mocasines. Y si ella se empeñaba en ir de ‘shopping’ en uno de sus viajes a Italia y él le recomendaba no hacerlo por seguridad, era Hill quien terminaba yendo de ’boutique’ en ’boutique’ comprando todo lo que ella apuntaba en una lista.

También aprendieron a comunicarse con una simple mirada. Cuando asistían a un acto público, Hill le lanzaba una mirada asertiva para comprobar el humor de la primera dama y ella respondía con un leve movimiento de ojos.

El día ‘D’

Pero el fatídico 22 de noviembre de 1963 lo cambió todo. De visita en Dallas, el matrimonio Kennedy paseaba por la ciudad en una limusina descubierta saludando a la gente que abarrotaba las calles. En mitad del recorrido, Lee Harvey Oswald terminó con la vida del presidente de tres disparos.

Cuando oyó el primer tiro, Hill, que iba en el coche que seguía al del presidente, vio cómo Kennedy se llevaba la mano al cuello. “En ese momento, pensé que tenía que ponerme entre el autor del disparo y el matrimonio Kennedy”.

En el famoso vídeo casero grabado por Abraham Zapruder, se puede ver cómo después del tercer disparo, que impactó de lleno en el rostro de Kennedy, Hill saltó sobre la parte trasera de la limusina y obligó a la primera dama a agacharse por temor a que ella también fuera la diana de los disparos. El presidente ya estaba muerto. “Los ojos de la señora Kennedy estaban llenos de terror”, escribe Hill. “Jack, ¿qué te han hecho?”, se lamentaba ella de camino al hospital.

Cuando llegaron al centro médico, la primera dama, que tenía a su marido muerto recostado en su regazo, se negó a bajarse del coche. “Me di cuenta de que ella no quería que nadie le viera así. Me quité la chaqueta, cubrí al presidente con ella y entonces ella accedió a bajarse”.

Ya en la sala de espera, Hill recuerda cómo “la luz se había apagado” de los ojos de Jackie. El guardaespaldas acompañó a la viuda y a Robert Kennedy a ver el cuerpo del presidente. Entonces, Jackie le pidió unas tijeras. Con ellas, le cortó un mechón de pelo a su marido. Las horas que siguieron fueron de pocas palabras y muchas lágrimas.

Sentimiento de culpa

Hill nunca olvidará la imagen de Jackie sentada junto al féretro de su marido a bordo del Air Force One. “¿Y ahora qué será de usted, señor Hill?”, le preguntó ella aún vestida con el traje rosa de Chanel manchado de sangre que se había negado a quitarse.

Pocos días después, Jackie hizo una inesperada aparición en el acto en el que se rindió tributo al guardaespaldas por su heroica intervención el día del asesinato. Hill continuó siendo el guardaespaldas de Jackie durante un año más, hasta que fue asignado a la protección del nuevo presidente, Lyndon B.

Johnson. Pero el sentimiento de culpa por no haber podido evitar la tragedia le empujó a una profunda depresión que ahogó en alcohol. “Sé que hice todo lo posible, pero aún me siento culpable”, recuerda en su libro. Pero lo que más le atormentaba era haber fallado a Jackie. “¿Cómo has permitido que le pase esto a ella?”, escribe.

Y cuando en 1994, Bill Clinton le llamó a su despacho para comunicarle que Jackie estaba muriéndose de cáncer, Hill no pudo reunir las fuerzas necesarias para levantar el teléfono y llamarla. “Sabía que el sonido de mi voz le haría revivir aquel día que lo cambió todo”, escribe. “Y el sonido de su voz tendría el mismo efecto en mí”.

Se ha escrito que la suya fue más que una relación platónica, pero Hill lo niega. ¿La quería? “He sido acusado de eso, pero esa es una emoción demasiado fuerte. La admiraba y estábamos unidos, pero no creo que se pueda decir que estaba enamorado de ella”.

Platónica o no, esta es la historia de amor entre una mujer que confiaba en su protector y un hombre que hubiera dado todo por ella. Incluida su propia vida.

Fuente: hoymujer.com





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